Dime qué hago yo,
después de haber encontrado
el poema en el que maldecía
desconocer la estructura
que seguían tus lunares
ahora que ya los he acunado,
y no puedo seguir cantando la nana que haga que duermas en mi clavícula
(acomodada ya para ti)
porque solo quiero que nos hagamos gritar
y tú confundes eso con no callar y no decirnos nada nunca;
que no puedo seguir cantando
porque no puedo mentir más,
porque no me da la gana,
porque tú me estás creyendo.
Y no te automatizo, no,
y no dejo de mirar las pecas
que salpicas cuando te da el sol, no.
Y qué guapo que estás ahora.
Mierda.
Que se me hace demasiado familiar tu olor para lo huérfana que me siento cerca de ti.
Que continuamos sin gritarnos y sin embargo,
solo escucho ruido.
Vuelve aunque no te hayas ido.
Que lo sé, que no nos acabamos de conocer, pero tampoco habías llegado antes.